Unas de las mejores cosas que me pasó de volver a Venezuela después de 5 años, con todo lo vivido, fue tener una pequeña reconciliación con la historia de mi país. El volver a sentirme orgullosa de algunas cosas, a pesar de que solo hemos tenido 40 años de democracia ininterrumpida, que si bien bipartidista fueron quienes nos trajeron hasta aquí, es como una maldición infinita la de estas tierras.
Siempre me gustó vivir Caracas como una turista, desde que salí de mi pueblo en el 2011 a estudiar en la capital hasta que migré en el 2018, así que volver al centro histórico, más limpio y más ordenado fue reconfortante, encontrar guías parcializados, con otra narrativa, aunque sé que cada quién elige en qué creer y qué contar, pero la sombra de Chávez un poco ya borrada, al menos así lo sentí. Muchos graffitis con su cara ya desteñidos por el tiempo, alguno que otro cuadro con su rostro, porque ahora le tocó al monigote de turno.
Por otro lado, era muy loco pensar sobre qué van a ser de los museos en unos 30 años, con estos ya 23 años de historia, del socialismo del siglo XXI y oscuridad para un país que se niega a hundirse del todo.

Todavía hay muchas cosas para mejorar, por no decir todo, hay sitios históricos y museos cerrados por remodelación, con horarios bastante complicados, unos abren de 9:00 am a 1:00 pm, otros que solo abren desde los jueves, algunos simplemente están abandonados. Da tristeza ver cómo mucho de nuestro patrimonio se ha ido simplemente a la basura. ¿Y es que a quién le va interesar el rescate de documentos y restos de historias en medio de una agonía que parece infinita?, porque Venezuela nunca se arregló. También vi más movida de hacer walking tour histórico, lamentablemente no me dio chance de hacer alguno, pero existen.
No es fácil crecer en un país tan ideologizado y politizado, hasta el punto de desunir y separar familias, sumado a un contexto social ya deteriorado, que comenzó con la conquista española, porque la sociedad venezolana viene podrida desde su construcción, ¿a quién engañamos?, ha sido todo un proceso histórico.
Si de algo estoy agradecida es de la universidad en la que me formé, me duele no haberla visitado en este viaje, pero el contexto en el que estudié siendo una joven idealista que soñaba con llegar a ser ministra de cultura o turismo, y los libros que me motivaron a leer mis profesores de sociología general, política, historia, psicología y teorías de la comunicación, entre otros, hoy veo el sentido que le dieron a mi vida, a mi identidad y recordarlo atravesada por tantos sentimientos encontrados durante este viaje, fue satisfactorio.
Sumado a la oportunidad que me ha dado haber podido visitar 6 países latinoamericanos y darme cuenta de lo que nos une, ver que no somos tan diferentes, aunque los enfermos patrióticos y el alzhéimer colectivo así nos quieran hacerlo ver, porque la rutina y la miseria en la que estamos sumidos, hace que se nos olvide la historia o simplemente ni nos interese, y mucho menos nos deja tiempo para pensar en qué nos trajo a todos hasta aquí. Repitiendo una y otra vez los mismo errores, sin capacidad de hacer autocrítica para mejorar, individualismo exacerbado, complejo de inferioridad y el apego al pasado sin visión de futuro, siempre serán los síntomas más difíciles de curar en nuestra historia como latinos.
En el 2018 me fui de Venezuela odiando todo, muy resentida, no me culpo igual, después de haber tenido todas las fichas para robos, vivir un secuestro, ver cómo la salud de mis abuelos o de mi mamá se deterioraba por la escasez en todos los ámbitos, un tío preso político y posteriormente exiliado, tantas marchas, gases lacrimógenos, amigos psicológicamente rotos por el contexto y la sociedad en general, yo ya no paraba de salir de la queja, y la lista es larga.
Sin embargo, volver y encontrarme con muchas situaciones o personas que me recordaban las razones por las que me fui, realmente no fue lo más difícil, porque desde que decidí ir a Venezuela después de posponerlo tantas veces, fui consciente y mentalmente preparada sobre que me podía encontrar con cualquier cosa, ya de bienvenida haber entrado por la frontera con Colombia, terminar leyéndole las cartas del tarot a un Guardia Nacional y que luego otros me extorsionaran, era lo mínimo que esperaba de recibiemiento en mi país natal. Ni hablar del proceso mediante el cual en el que consiste ir a sacarse la cédula y escuchar todas las historias de terror durante la espera.



Así que lo más duro de todo, fue volver a la casa donde crecí y vivió mi mamá sus últimos días. El último abrazo que le di fue en el 2018 y en el 2021 trascendió para convertirse en mi guardiana espiritual. Pensé que solo pasaba en películas, esa sensación de vértigo que te da volver después de tanto tiempo a un lugar que ya no es ni sombra. La realidad inspira la ficción, no es de otra forma.
Me bajé del taxi y sentía que todo el lugar me quedaba pequeño, pero de repente todo se me venía encima, en ese ir y venir me mareaba, veía borroso, colores y estrellitas y cuando por fin me senté, lloré largo y tendido, fue muy loco todo el episodio, la misma sensación de un viaje cualquiera con LSD, pero sin LSD, la mente es una cosa increíble.


Entré a la casa, me sentía rara y es que ya no pertenezco, ver todas mis cosas en cajas, diarios, cuadernos, colecciones de álbumes de fotos y cajas con cosas de los viajes que hice más joven. Toda una vida entre el polvo. Después de darle una vuelta a todas esas memorias, reírme con cosas que escribía pequeña, ver cómo se ha mantenido en el tiempo toda la esencia de mis pasiones: escribir, los viajes, la fotografía, fue hermoso.
Después de eso, me dije: a lo que vinimos Daniela.
Fui a la habitación de mi mamá. No puedo describir lo raro que fue ver sus accesorios, collares que tanto le gustaban ahí colgados en su lado de la cama entre ellos, en la pared pegada una carta que le había mandado desde Argentina para uno de sus cumpleaños. Era como si había salido a dar una vuelta y dentro de poco regresaba.
Solo 2 días y medio duró esa visita, suficientes para no querer volver más durante todo el tiempo que estuve en el país.
Aceptar, es la palabra que resume mi viaje a Venezuela y estoy agradecida con todo lo que me ha pasado y la valentía que vine trabajando para asumir las cosas y seguir.
A pesar de la pequeña reconciliación que pude sentir, este regreso me hizo confirmar muchas de las razones por las cuales me fui, allí siguen más vivas que nunca, no me quedó de otra que aceptar que hay lugares en los que fuimos felices que también mueren, así que por ahora seguiré siendo una ciudadana más del mundo, abierta a conocer sin prejuicios porque la vida sigue, a pesar de todo, la humanidad sigue existiendo y floreciendo en todos lados como una flor de loto en medio del pantano.
Aquí dejo algunas de las fotos hechas allá, disponibles para imprimir y darle vida a una pared triste:




