Cuando la salud pública y la violencia compiten por ver quién acaba con más vidas en Venezuela (Crónica – parte I) 

Que alguien se ocupe del muerto

Eran casi las 2 de la mañana, una noche de noviembre del año 2017  cuando entra la señora Rosa, quejándose, con un tono de voz cansada y fastidiada preguntando que cuándo pensaban recoger al muerto que estaba afuera.

¿Qué? ¿Hay un muerto ahí? –pregunté.

Se encontraba en el mismo lugar desde las 6 de la mañana del día anterior.  Nadie lo había ido a reclamar desde que los policías lo dejaron allí, ni el CICPC* había ido a pesar del llamado de los médicos de turno; pero lo que más le preocupaba a la señora Rosa, era que comenzara a oler mal, el desastre del cuarto donde lo tenían y la sangre por todos lados, que al secarse le costaría el doble poder limpiarla, decía. También comentaba que casi siempre era lo mismo, se lamentaba porque en repetidas ocasiones, a pesar de sus quejas, ese cuarto, que describía como un cementerio de camillas dañadas, siempre se lo desorganizaban y le daban el uso que no le correspondía, como “echar” a los muertos que a veces llegaban al ambulatorio. 

“Es que ya ni saben para qué sirve un ambulatorio, no terminan de entender que aquí no se atienden esas emergencias”, manifestaba agotada de la situación. 

¿Y qué le pasó? –seguí preguntando. 

Según, le metieron dos tiros luego de que lo encontraron robando y lo cazaron otros “choros”, temprano en la mañana. 

¡Anda! deberías tomarle fotos, se ve que era joven, esa es la triste realidad que estamos viviendo, me decía la señora Rosa, hasta después de muerto te tratan como un perro,  ni sé porqué lo dejaron desnudo, afirmaba indignada. 

Lo dudé por un rato, hasta que decidí enfrentarme con la crudeza de aquel momento y me acerqué al lugar donde estaba. 

Es difícil describir aquella escena. Las energías se me habían consumido en esos 5 minutos en aquel cuarto, entre la conmoción de lo que estaba viendo, pensar en cómo retratarlo, porqué lo estaba haciendo y los comentarios o las preguntas que me hacía el joven médico, como a quien la experiencia le quita todo asombro; con su expresión serena, tono de voz calmado y un poco burlón, me preguntaba qué me parecía, si me daba miedo. Decía que no pasaba nada, que de ahí no se iba a mover, y yo solo lo miraba desde la puerta del cuarto. Daba terror acercarse, a pesar de lo cerca que ya estaba por lo pequeño de aquella habitación. 

No hay nada más seguro que la muerte, pensé, estaba sin palabras. Hice dos clics, me tomé el atrevimiento junto al médico de taparlo con sábanas quirúrgicas, las cuales había tomado antes de salir de la emergencia y me fui. No podía asumir con “normalidad” aquel hecho conociendo las circunstancias que supuestamente rodeaban la muerte de esa persona, sobre todo sabiendo que en ese momento estaba en la segunda ciudad más violenta del mundo y en medio de un barrio peligroso. 

Me cuestioné qué quería con eso, no me atreví a juzgarlo ni hacer hipótesis de lo que sucedió porque lo único que sabía era que estaba muerto y la versión de una historia que encaja en la realidad del país donde para el 2017, Caracas figuró como la segunda ciudad más violenta del mundo con una tasa de homicidios de 111,19 por cada mil habitantes*. 

No hay nada más real que lo indefenso que somos ante la muerte, pensaba.

Ya llevaba 7 horas en aquel lugar, escuchando las historias de cada uno de los que conviven en la guardia del ambulatorio. Desde la señora del servicio de limpieza, quien había visto de todo durante sus 10 años trabajando allí, donde vivió robos, sufrió amenazas, vio niños desnutridos a punto de morir, muertos; pasando por la enfermera quien para ese momento tenía algo de unos 15 años prestando su servicio y viajaba desde Turmero en el Estado Aragua, casi 2 horas, algunas veces hasta 3 horas por el pésimo estado del transporte, la cual recordaba que en todos sus años prestando servicio nunca había vivido en un estado de decadencia como el que estaba viviendo. Trabajar en un lugar donde los insumos básicos faltan, y “los más importantes” los proveen los mismos médicos o personal del ambulatorio con el dinero de su bolsillo, además, se quejaba de ganar un sueldo que no le alcanzaba para cubrir ni sus gastos básicos, sin embargo, era una persona abnegada a su profesión como enfermera y le apasionaba.  

Por otro lado, los médicos jóvenes, justamente, esa era  la última guardia de su mal pagado año de cumplimiento del artículo 8 de la Ley de Ejercicio de La Medicina. No podían estar más entusiasmados de poder comenzar ahora sí, más seguros de haber cumplido con lo necesario para ejercer la medicina en Venezuela, sus planes para emigrar en cualquier momento. Decían estar “agradecidos” con la experiencia, debido a que la constante práctica y frustración por tener que resolver con lo que se tenía a la mano les había dado herramientas que quizás en un contexto más favorable no hubiesen tenido la oportunidad de aprender, “ejercemos la medicina de guerra, casi”, expresaban cuando describían todas las maniobras que en algún momento tuvieron que hacer para atender a un paciente, aunque muchos muchas veces sucedió que debieron pedir a los pacientes que se trasladaran a otros sitios porque no podían hacer nada por la falta de insumos médicos. 

Fue una noche larga en el recinto ubicado en un barrio del municipio Baruta, a pesar de que no hubo tantas emergencias aquel jueves, más allá de un niño con la cabeza rota por un descuido jugando, otros con gripe, alergias, un hombre con un tiro en el pie y un muerto, casos habituales de un lugar como ese, pero con mucho qué contar de cómo se vive la crisis en la salud pública en Venezuela, desde las personas que lo dan todo por intentar prestar la mejor atención con lo que tienen a mano, hasta quienes intentan no morir porque se les agravó una simple gripe por no poder pagar o conseguir un medicamento y finalmente, los que no lo logran y mueren.

 Ya ha pasado un poco más de 1 año desde que hice estas fotos. A veces, hurgar en la memoria, es como agarrar y con tu dedo intentar abrir una nueva llaga en el lugar de la cicatriz, duele,  la situación ha empeorado y pareciera que la crisis de la salud pública compite con la violencia por ver quién acaba con más vidas en Venezuela.

*Cuerpo de investigaciones científicas, penales y criminalísticas

*Lo certifica el informe del año 2017 del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal (CCSPJP)

Parte II: Salud Pública: decadencia humana (II)